FÚTBOL INFANTIL: ¿semillero de ídolos o espacio formativo?
En el mundo actual, un mundo donde incluso las relaciones interpersonales se piensan en términos de pérdida y ganancia, se ha vuelto sumamente complejo resaltar las cualidades personales e incluso el estatus de ser humano (o de persona).
Nos encontramos en una etapa del progreso tecnológico, en el que es sumamente complejo pensar en el futuro, importa el hoy, porque hoy puedo, quiero y necesito cosas, elementos u objetos (incluso personas). Pero el mañana es incierto. No solamente porque no sé qué puede pasar (el avance humano va de la mano con el surgimiento de nuevas enfermedades, más resistentes, y algunas desconocidas, del mismo modo que ha multiplicado notablemente la cantidad de accidentes fatales), sino además porque no podemos prever las necesidades y disposiciones de seres humanos que se encuentran en permanentes procesos de cambio.
El fútbol no puede quedar ajeno a todo esto. Los millones de espectadores que a diario confluyen en el mundo del deporte han llegado a creer fervientemente que ser jugador de fútbol es sinónimo de volverse rico y famoso, y que por lo tanto la finalidad de este juego, no puede ser otra sino convertirse en el mejor, para acceder a una mejor calidad de vida para el jugador y para sus familias.
Lo que nadie cuenta, y en lo que pocos hacen énfasis, es en el hecho de que de cada miles de niños que juegan cada día en los potreros, canchas, campos y patios; solamente uno (con algo de suerte) llega a alcanzar un nivel de profesionalismo tal (tanto en lo que respecta a cualidades deportivas, como a sustento económico) que logra vivir del deporte.
Lo que tampoco resaltan es el escaso tiempo de auge que tienen esos jugadores que llegan a estratos destacados en el fútbol. La liquidez de la que habla Bauman, está presente en cada nivel y en cada aspecto de la vida social. Aquel jugador que era el boom hace diez años, hoy no existe, ha pasado al olvido.
Todo esto se transmite socialmente a los niños. Desde los medios de comunicación, hasta el afán familiar de forjar estrellas futbolísticas que “salven” la economía familiar de por vida, existe un empeño enorme por convencer a los infantes de que el objetivo de la competencia es de carácter meramente económico.
Sin embargo, existe de manera incipiente (quizá favorecido por las nuevas corrientes pedagógicas que se encuentran haciendo puja desde las instituciones educativas formales) un interés por darle al campo del fútbol infantil un nuevo espacio en lo que respecta a los procesos formativos de los individuos desde edades tempranas.
Desde la época de Piaget, y sus estudios en relación al aprendizaje biológico, hasta estudios recientes (desde el campo de las neurociencias), han demostrado que el cerebro humano es sumamente receptivo en edades tempranas. A lo que se suma el hecho de que el cerebro humano se ejercita, forma y transforma de manera sumamente plástica. Esto supone, por tanto, la idea de que los procesos educativos a los que se ve expuesto el infante, hacen de él lo que será cuando llegue a la edad adulta (algo que ya venían anunciando muchos pedagogos desde hace varias décadas).
Las características de la sociedad moderna a las que se ha hecho alusión, del mismo modo que la preocupación por colaborar en la formación integral de sujetos autónomos que puedan actuar y pensar libres y por sí mismos, ha llevado a querer reorientar prácticas que, hasta hace un tiempo, estaban descuidadas (económica y socialmente).
La cuestión que comienza a tener lugar en este entonces es ¿puede usarse el ámbito del fútbol infantil para lidiar con los síndromes de impaciencia e inmediatez de la sociedad actual? ¿Puede ser un ámbito educativo que permita promover hábitos de relacionamiento y de competencia sana orientada a la generación de valores como la cooperación, la tolerancia, etcétera? ¿Puede ser el fútbol infantil el semillero clave para los cambios sociales que se están necesitando?
O por el contrario ¿se trata de un ámbito más de reproducción de las diferencias de clases sociales, un espacio más de lucha y confrontación por el poderío socio económico?
¿Acaso el campo del fútbol constituye un fenómeno de expansión mundial sumamente propicio como para ser tomado como semillero de los valores que queremos y necesitamos promover como sociedad?