El voto en blanco puede ser decisivo en Argentina, pero no funciona igual que en Uruguay

Por Cecilia Presa
cecipresa
En 1957 en Argentina el voto en blanco tuvo
un rol simbólico muy importante. El líder político Juan Domingo Perón se encontraba en el
exilio y proscripto. Cuando ese año el gobierno de facto de Pedro Eugenio Aramburu llamó a
una elección para una Convención Constituyente, Perón pronunció un discurso
llamando a los argentinos a votar en blanco.
Con más de 2 millones de personas que
dejaron sus sobres vacíos, los votos “en blanco” superaron al resto de fuerzas políticas que
pudieron presentarse a la contienda y representaron el 25% del total de sufragios
emitidos.
Luego vino el 2001. El blanco se pasó a llamar “voto bronca” y, en plena crisis, con una seguidilla de dimisiones presidenciales, volvió a sumar, junto con el voto anulado, el 25% del total de sufragios.
A 66 años de la proscripción de Perón y a 23 del manido “que se vayan todos”, la Argentina democrática —y aún en crisis— enfrentará a cinco candidatos el próximo 22 de octubre, tres de ellos con
chances de llegar a ser presidente o, al menos, de pasar al balotaje. En este
“escenario de tercios”, como lo definió la expresidenta Cristina Fernández de
Kirchner, el voto en blanco vuelve a tener un lugar importante.
Es que en las Primarias Abiertas, Simultáneas
y Obligatorias (PASO) del pasado 13 de agosto un gran
número de argentinos, el 5,51% —1.356.480 para ser exactos—, optó por abstenerse
de elegir entre las diversas propuestas. Mientras que 309.807 (un 1,24%) de los electores emitieron votos considerados nulos, por tener en su interior objetos extraños o
varias papeletas. Y, según analistas, esta tendencia suele replicarse en la
elección nacional.
Claro que ese porcentaje fue por demás menor
que el que obtuvieron los partidos políticos. Para repasar: 29,86%, sacó La
Libertad Avanza de Javier Milei; el 28%, fue para Juntos por el Cambio, donde ganó
Patricia Bullrich, y 27,28% obtuvo Unión por la Patria encabezado por Sergio Massa.
Sin embargo, a diferencia de lo que sucede
en las PASO, que los votos en blanco y nulos se tienen en cuenta a la hora
de definir los porcentajes, en las elecciones de primera vuelta esto no pasa.
De acuerdo con la Constitución argentina, para
que exista una fórmula ganadora en primera vuelta esta tendrá que haber
obtenido más del 45% o, al menos, el 40% y una diferencia mayor a 10 puntos
porcentuales sobre la fórmula que le sigue en número de votos. Esto siempre en
referencia a “los votos afirmativos válidamente emitidos”. “Afirmativos” significa
que se excluye de la ecuación al voto en blanco, así como también el anulado.
Esto, en la práctica, implica que es más
fácil para un candidato llegar al porcentaje necesario para ganar en la primera
vuelta ya que necesitaría menos votos que lo apoyen. Si se mantuvieran los
resultados de las PASO en las nacionales, por ejemplo, con este sistema a Javier Milei —que fue
el más votado— le correspondería un 32% de los votos, aunque todavía está lejos del 45% que está buscando para ser vencedor en primera vuelta.
¿Qué pasa en Uruguay?
En contraste, en Uruguay, los votos en
blanco y anulados se contabilizan dentro de los porcentajes totales. Hay un mito popularizado que dice que este tipo de votos se
computan directamente hacia la fórmula más votada. Esto no es así. Más bien es todo lo contrario.
La legislación uruguaya establece que, para
que el candidato de un partido gane las elecciones nacionales, debe obtener la
mayoría absoluta del total de votos emitidos, es decir, el 50% o más. El “total” incluye votos en blanco, anulados y todos los válidos. Esto hace que sea bastante
más difícil —en cuanto a cantidad de votos— ganar en primera vuelta en Uruguay.
Por un lado, porque el porcentaje es más alto que en Argentina. Y, por otra parte, por la razón
inversa que explica la mayor facilidad de las nacionales frente a las PASO cruzando el charco: los
votos en blanco y anulados reducen los porcentajes que van a cada candidato.
Un ejemplo paradigmático es el de las
últimas elecciones presidenciales de 2019 en Uruguay. Hace cuatro años, en la primera
vuelta, la fórmula frenteamplista Daniel Martínez-Graciela Villar obtuvo el 39%
de los votos. En segundo lugar quedaron
Luis Lacalle Pou y Beatriz Argimón (29%) quienes, tras el balotaje, y con la
formación de la coalición denominada “multicolor”, resultaron presidente y
vicepresidenta. Ahora, si el régimen electoral hubiese sido idéntico al
argentino, Martínez y Villar habrían obtenido un 40,4% de los votos, frente a un 30% de Lacalle Pou y Argimón.
Argentina y el balotaje
Otro indicador de que la forma de computar
el voto en blanco puede modificar los resultados electorales es mirar la
cantidad de veces que hubo balotaje en Uruguay y Argentina.
En Uruguay fue la reforma de la Carta
Magna de 1996 la que introdujo el balotaje. Desde entonces hubo cinco
elecciones y, de estas, en cuatro se votó en una segunda instancia. Solo en
2004, Tabaré Vázquez ganó con el 51% de los votos, frente al 34% del nacionalista
Jorge Larrañaga, en lo que fue un triunfo histórico para la izquierda.
Dejando de lado que la dictadura argentina
instauró de facto la segunda vuelta en el 72, en 1994 la opción se consagró
constitucionalmente. Después de eso vinieron siete comicios: 1995, 1999, 2003,
2007, 2011, 2015 y 2019.
Sin embargo, en el país vecino el balotaje tuvo lugar solamente
en las elecciones de 2015, cuando Mauricio Macri se impuso contra el
oficialista Daniel Scioli. El empresario dio vuelta el resultado de la primera vuelta, en
la que el kirchnerismo había ganado con poco margen. Se podría añadir a esa
instancia lo que sucedió en 2003 cuando, por el resultado electoral, se
habilitó el balotaje, pero este no tuvo lugar dado que el expresidente Carlos
Menem renunció a su candidatura y dio lugar al ascenso presidencial de quien
había resultado segundo: un por entonces no muy conocido Néstor Kirchner.
Igualmente serían cuatro balotajes uruguayos sobre un total de cinco posibles (80%), frente a dos de siete en Argentina (28,5%).
Diferencias
en la contienda
En cuanto a lo que se vota, hay una sutil
diferencia entre lo que sucederá este 22 de octubre en Argentina y la votación presidencial en Uruguay (cuya próxima instancia será el 27 de octubre de 2024). Además de presidente y vicepresidente, las nacionales
uruguayas marcan la renovación del total de los escaños en el Parlamento, tanto
de los 99 diputados como de los 30 senadores. En el país vecino las listas
incluyen la renovación de candidatos en el Congreso, pero solo una parte del
total de parlamentarios: 130 de 257 diputados, y 24 de 72 senadores.
Por Cecilia Presa
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