LO MÍO, LO TUYO Y LO NUESTRO
La responsabilidad es del Estado, pero también de quien lo hace, lo vende y lucra, y además de quien lo usa

Cuando hablamos de residuos o de eliminación de basura, tendemos a pensar inmediatamente en el municipio, la administración local, el punto de recogida del barrio, el camión que pasa periódicamente o el barrendero; pero hablar de residuos es mucho más que eso.
Para empezar, no es un aspecto ajeno a nuestra vida personal; al contrario, está intrínsecamente relacionado, en primer lugar, con nuestra necesidad y deseo de adquirir bienes, a veces suntuosos; en segundo lugar, con nuestro poder adquisitivo, que nos lleva a adquirir casi sin límite; después, con el uso descuidado que hacemos de los objetos y, por último, con el destino final que damos a éstos.
Lo que está claro es que no se trata de una responsabilidad única y absoluta de esa entidad abstracta en la que las sociedades modernas delegan sus derechos, deberes y obligaciones: el Estado. No cabe duda de que es el Estado el responsable de recoger y eliminar o procesar nuestros residuos sólidos, así como nuestros residuos líquidos, porque así lo determinan las propias leyes que los Estados se dan a sí mismos y a sus habitantes; pero el problema va más allá.

De los viejos tiempos
Los que rondamos el medio siglo de vida, seguro recordamos el mostrador de aquellos pequeños comercios de barrio conocidos como almacenes o “boliches”, donde comprábamos yerba mate, azúcar, arroz y otros productos que el comerciante adquiría al por mayor y vendía en pequeñas cantidades, acorde al bolsillo de cada cliente, prolijamente envueltas en papel de estraza.
Sin embargo, en la década de 1970 nuevos y prácticos envoltorios llegaron para cambiar nuestro modo de vida. Aunque ya conocíamos el material (en los envases de productos fraccionados industrialmente para su venta, o incluso en las bolsitas de leche), la bolsita de nailon fue un descubrimiento fascinante por el que cambiamos el papel de estraza, para poder llevar a casa 100, 300 o 500 gramos de algo sin derramarlo por el camino y sin preocuparnos por el agua de lluvia; pero nunca hubiéramos imaginado que esta tecnología afectaría a nuestro medio ambiente de la forma en que lo percibimos hoy.

De la guerra a su casa
El naylon o PA es uno de los productos de ingeniería más conocidos y consumidos del mercado actual. Se clasifica como tal porque forma parte de una clase de polímeros con excelentes combinaciones de propiedades térmicas, químicas, mecánicas y eléctricas, principalmente en los segmentos textil y automotriz, pero está presente en casi todo y en todas partes.
Como uno de los polímeros más importantes, el nailon ha construido su popularidad sobre hitos de la historia mundial, como la Segunda Guerra Mundial, que ayudaron a este material a ganarse un lugar notable y relevante en la evolución de la tecnología de los implementos domésticos.
El nailon fue desarrollado por Wallace H. Carothers en el laboratorio de la renombrada industria química DuPont en EE.UU.: “Inicialmente, su aplicación comenzó en las medias femeninas, como sustituto de la seda, pero debido a la Segunda Guerra Mundial y a la falta de suministros de seda desde Japón, se inició una carrera para sustituir a la seda en diversas aplicaciones utilizadas por las fuerzas armadas estadounidenses”. A raíz de este acontecimiento histórico, el nailon empezó a ganar terreno en diversas aplicaciones.

El otro villano
Además de este omnipresente producto, la empresa a la que me refiero es la misma que llegaría a contaminarnos años más tarde con el “Teflón”, creado inicialmente como aislante para tanques militares y que más tarde se emplearía para uso doméstico en los años 60, a pesar de que las pruebas de laboratorio de las empresas químicas empezaron a demostrar que el PFOA-C8 provocaba tumores testiculares, pancreáticos y hepáticos en ratas de laboratorio.
“Como consecuencia de los riesgos para los seres humanos, 3M detuvo su producción en 2000, cuando la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos (EPA) exigió finalmente a las empresas que realizaran una evaluación más rigurosa de los efectos de la sustancia química. Pero a diferencia de 3M, DuPont ha seguido consiguiendo ventas estimadas en más de mil millones de dólares al año con este producto hasta el día de hoy, a pesar de que varios empleados de su línea de producción de teflón han tenido graves problemas de salud, incluidas mujeres embarazadas”.

Una solución
La responsabilidad compartida del ciclo de vida de los productos es el “conjunto de responsabilidades individualizadas e interrelacionadas de fabricantes, importadores, distribuidores y comerciantes, consumidores y titulares de servicios públicos de limpieza urbana y gestión de residuos sólidos, para minimizar el volumen de residuos sólidos y desechos generados, así como para reducir los impactos causados a la salud humana y a la calidad ambiental derivados del ciclo de vida de los productos, en los términos de esta Ley”.
La logística reversa es uno de los instrumentos “de desarrollo económico y social caracterizado por un conjunto de acciones, procedimientos y medios destinados a posibilitar la recolección y el retorno de los residuos sólidos al sector empresarial, para su reutilización en su ciclo o en otros ciclos productivos, u otro destino final ambientalmente adecuado”; pero son pocas las empresas que actúan en ese sentido.
Como ya se ha descrito, la manipulación, el uso y la eliminación de productos que contienen sustancias contaminantes para las personas y el medio ambiente no son infrecuentes, y van desde lo más cotidiano y banal hasta lo más complejo y necesario, desde la pasta de dientes, el film de cocina, los pañales y las pilas, hasta las sartenes en las que preparamos nuestras comidas, nuestra ropa y nuestros vehículos.

Cambios
Pero lo triste y cuestionable es que cada vez tenemos menos margen de actuación para evitar consumir estos productos, a no ser que lo hagamos fuera del sistema tradicional, por ejemplo, comprando a granel y con envases retornables, lo que sería un gran primer paso.
Si los Estados no tuvieran dificultades con la corresponsabilidad en el ciclo de vida de los productos y la logística inversa de las empresas (por la falta de control y la rigidez de las normativas legales), éste sería un excelente mecanismo para reducir la contaminación; pero no podemos conformarnos con esperar que algún día tanto las empresas que se enriquecen produciendo y vendiendo productos contaminantes, como los Estados, empiecen a responsabilizarse por la cuota parte del daño que causamos al planeta. La primera acción a tomar al respecto, es personal: pensar y repensar antes de comprar si el ítem en cuestión es verdaderamente necesario o útil, pudiendo incluso evitar comprarlo para no seguir acumulando; otra acción personal es reusar o reutilizar esas cosas que pensábamos descartar, volviéndolas útiles a otros fines, o mejor aún, procesándolas en casa y descartando de la manera menos perjudicial para el ecosistema local.