¿Interesa un debate interesante? Un debate previo para debatir otros debates
Muchos uruguayos creen que el debate ayudará a definir su voto, pero el debate no es un buen negocio para todos los candidatos.
En el mundo hay una discusión sobre cuánto importan los debates en campaña electoral y cuánto pueden ayudar a cada candidato a ganar votos. En Uruguay esta discusión resurge en cada campaña y probablemente se intensifique a medida que la campaña se caliente. Si hay balotaje, habrá al menos un debate entre los dos candidatos que pasen a la segunda vuelta, ya que se aprobó una ley que lo exige.
Tradicionalmente el debate era una instancia en la que se cambiaba la lógica habitual de los candidatos que hablan sin interrupciones desde el estrado o, a lo sumo, atienden las preguntas de periodistas o de electores. El debate entre contrincantes los obliga a defender sus ideas y a mostrar las debilidades de las otras propuestas, en un diálogo directo y personal entre ellos.
Es cierto que tanto en las redes como en los medios de comunicación tradicionales los candidatos están continuamente cuestionando y respondiendo a lo que dicen sus contrincantes, pero son debates “asincrónicos”, en los cuales todos tienen tiempo de pensar estrategias y hablar o callarse según lo que consideren les rendirá más políticamente. El debate “asincrónico” es muy diferente al debate “en vivo”, y requiere otras habilidades.
Por ello, distintos candidatos han tenido estrategias y posturas diversas frente al debate en vivo. Algunos quieren participar en todos los debates que puedan, otros sólo en el momento y contra el competidor que les parece será mejor para su estrategia, otros más no quieren debatir nunca, esgrimiendo diferentes argumentos para no hacerlo.
Para quienes dirigen las campañas, la pregunta clave es cuánto y cómo inciden los debates en atraer votantes, consolidar la decisión de quienes ya tienen una preferencia –o inclinarlos a cambiar esa preferencia si el candidato no colma sus expectativas. Un debate famoso al que se le adjudica un peso decisivo en el resultado electoral es el de Kennedy y Nixon, a principios de la década del 1960, en el cual un Nixon transpirado habría perdido ante un Kennedy impecable, y Kennedy ganó la elección, en contra de las expectativas previas. En Uruguay también se dice que fue decisivo el debate entre Sanguinetti y Vázquez en 1994. Mucho más recientemente, el presidente Biden tuvo lo que se evaluó como un muy mal desempeño en un debate contra Trump; aunque probablemente ese debate fue “el último empujón”, el desenlace visible fue su retiro de la campaña. En la última campaña en Argentina se dio el efecto contrario. En un debate entre Milei y Massa, el “perdedor” habría sido Milei, y sin embargo, terminó ganando la elección.
¿Un debate puede “dar vuelta” una elección? Es muy difícil saberlo, porque pesan muchísimos factores, y el debate es siempre uno de muchos elementos que inciden. Para la ciudadanía en su conjunto la pregunta clave sería no si los debates “dan vuelta” elecciones sino cuál es el aporte real de los debates a la hora de tomar una decisión informada sobre a quién votar. Por eso desde CIFRA tratamos de medir cuánta importancia les dan los electores a los debates en su decisión de voto.
Más de dos tercios (68%) de los votantes uruguayos dicen que los debates no cambiarán la decisión de voto que ya tienen, pero casi un tercio (30%) considera que los debates serán importantes para decidirse a quién votar. En una elección reñida, como lo son la mayoría de las elecciones en Uruguay, casi un tercio es mucha gente.
El peso que se les da a los debates varía entre diferentes grupos: los que los tendrían más en cuenta para tomar su decisión son los más jóvenes y, como es de esperar, los indecisos. Este último grupo está integrado por muchas personas que suelen interesarse muy poco por la política, pero que saben que deben tomar una decisión antes del día de la elección. Siguen poco la campaña, y no escuchan los discursos de los candidatos; por tanto, tampoco está garantizada su atención efectiva en los debates.
Entonces, tal vez valdría la pregunta ¿qué es un buen o mal debate? y ¿qué esperan recibir de esta instancia los votantes en esa instancia? Porque ser un buen candidato no necesariamente implica saber debatir y, mirando más a largo plazo, un buen candidato y polemista tampoco necesariamente es garantía de buen presidente. Los tres atributos no son excluyentes, pero tampoco necesariamente están atados. Un buen candidato, que muestra empatía y liderazgo, puede ser malo debatiendo, porque no es de respuesta rápida o no es punzante en sus planteos. Pero los votantes saben que un buen presidente necesita muchas más cualidades que las que puede mostrar en una campaña o en un debate.
Sin embargo, aunque sean un instrumento crudo de evaluación, el debate debería ser un espacio donde los candidatos pueden exponer sus ideas contrastándolas con las de su oponente. En vez, los debates son cada vez más una gran puesta en escena, porque las campañas sienten que ponen mucho en juego, en una instancia donde juegan la presencia, el aspecto físico y el temple más que las ideas. Por ello, es cada vez más frecuente que entre las partes se acuerden muchas reglas, para evitar que un candidato deje en blanco o sin respuesta a otro, para que no se aborden temas que uno de los candidatos no quiere tocar, para que uno no pueda interrumpir al otro, para que ninguno domine la discusión.
Incluso con tantas reglas, los debates siguen siendo riesgosos. Por ello, para quien se percibe como ganador casi siempre pensará que debatir es un mal negocio (tiene más para perder que para ganar), mientras que para el desafiante el debate significa una posibilidad de acercarse y descontar (tiene menos que perder).
Para los electores los debates nunca están de más, como tampoco lo están todos los discursos que los candidatos pronuncian a lo largo de una campaña, y que pocos escuchan. Los debates, como los discursos, pueden no incidir en su voto, pero también pueden reforzar su preferencia o ayudar a definirla. Y si creen que los debates no les sirven para nada, pueden elegir no escucharlos. Los electores no tienen nada que perder.