Liderazgo, negociación y disputa: los vaivenes actuales entendidos bajo la lógica política
El desafío de los partidos es elegir a los más capaces para convencer, motivar y sorprender a propios y ajenos con una mirada a largo plazo.

Según la Real Academia, el líder es aquel que dirige o conduce un partido político, un grupo social u otra colectividad. Lo define como una persona o entidad que va a la cabeza entre los de su clase o categoría (política, negocios, deporte, sociedad civil, familia, etc.). Hay otras definiciones que dan un paso más: el líder es la persona que dirige a un grupo, desde un equipo hasta la población de un territorio, y que tiene la capacidad de influenciar, estimular e incentivar a los integrantes para dar lo mejor de cada uno, con el propósito de alcanzar los objetivos comunes o mantenerse unidos.
En política el líder es aquel que es reconocido como tal por los votantes, tanto los de su grupo como los de otros grupos. Algunos teóricos señalan que el verdadero líder es el que es capaz de influenciar a la gente de a pie, en particular —pero no solamente— a los de su grupo. Muchas veces escuchamos que una persona no lidera nada porque no logra que sus seguidores hagan lo que propone.
En Uruguay ya hace un tiempo que se está dando un proceso de recambio de liderazgos en varios partidos y sectores políticos. Este proceso nunca es sencillo, ni aquí ni en otras democracias, porque a menudo los viejos líderes no se terminan de retirar y no dejan espacio para nuevas construcciones, o porque, aunque el espacio “está disponible”, no aparece un referente que logre dar la talla y sea reconocido por la población.
En algunos partidos, y más visiblemente en algunos sectores de partidos, hay muchas personas disputando los espacios, tratando de mostrar que son los más adecuados para encabezar, porque son más capaces o porque logran más adhesiones. Los conflictos internos —siempre latentes— pasan al terreno público cuando llega el momento de tomar decisiones importantes para los partidos, los gobiernos, el reparto de cargos. Eso es lo que está sucediendo ahora.
En la competencia por el liderazgo influyen muchos actores y factores. Por un lado, están los intereses de los políticos que quieren liderar y de los dirigentes cercanos a cada uno. Pero más allá del interés del político y de su entorno más cercano, la carrera hacia el liderazgo no se disputa solamente dentro del núcleo más duro del sector o del partido: no alcanza con decir “yo soy el líder”, y ni siquiera alcanza con haber logrado una buena votación en alguna elección puntual.
La mayoría de los políticos no son dueños de los votos, es más, casi ninguno lo es. Cada vez son menos las personas que votan siempre al mismo líder, y un error frecuente es que un político sienta que ya estableció su liderazgo porque votó mejor que otros en una elección particular.
Para medir el potencial de liderazgo puede ser más útil analizar un indicador más blando, la popularidad de las distintas figuras. Si bien es cierto que hubo políticos populares que nunca lograron un liderazgo firme, las figuras que despiertan más simpatía tienen una ventaja sobre otros políticos que pueden sentirse más capacitados para liderar pero que no logran una relación cercana con el electorado.
Hoy los líderes más populares, que despiertan más simpatías entre el conjunto del electorado, son el expresidente José Mujica, el actual presidente Luis Lacalle Pou y el futuro mandatario, Yamandú Orsi, los tres por arriba del 50%. Luego viene un segundo escalón de simpatías, un poco por debajo de esa mitad y ahí se ubican Álvaro Delgado y unos puntos abajo Andrés Ojeda, y un poco más abajo, Pedro Bordaberry.
A fines del año pasado hubo disputas en el Partido Colorado a la hora de identificar referentes para el diálogo con el nuevo gobierno. Lo mismo está sucediendo en estas semanas en el Partido Nacional. Como el Frente Amplio asume el gobierno, es probable que sus disputas internas puedan mantenerse más tapadas, porque hay muchos cargos a repartir. Sí están apareciendo discrepancias sobre algunas candidaturas departamentales.
La coalición no tiene la responsabilidad del gobierno nacional, y entonces ya está empezando su camino hacia el 2030. Es obvio que el escenario que se arme hoy probablemente cambie de aquí a cuatro o cinco años. Pero en el punto de partida suelen aparecer los principales competidores con chance de presentarse en las internas de 2029. Eso lo saben los políticos y por eso la complejidad de las discusiones que se dan desde el día del balotaje, apenas intuido el resultado.
El camino por delante es arduo y complejo, exige capacidad de liderazgo, pero también capacidad de negociación y de éxito en esas negociaciones (porque sin al menos pequeños éxitos es difícil convencer de las capacidades). Y también importa la estrategia para el futuro, para ganar, para crecer, para mantenerse. Y en esta conjunción el desafío de los partidos políticos es elegir a los líderes más capaces para convencer, sostener, negociar, enamorar, motivar y sorprender a los propios y ajenos, manteniendo la mente fría y la mirada a largo plazo.