Veinte años no es nada, pero cuarenta es un montón
Estos meses celebramos el esfuerzo colectivo que legitima la democracia uruguaya.

En Uruguay estamos viviendo días de mucha ‘sensibilidad democrática’, donde los sentimientos de patriotismo, orgullo por nuestro sistema e incluso ‘baño de tolerancia’ están a la orden del día.
Hemos presenciado el pasado sábado 15 de febrero discursos de convivencia democrática, valoración de la diferencia, apoyo al que piensa distinto, etc. Y todo eso pronunciado y sentido honestamente por todos los actores.
Así como octubre y noviembre de 2024 fueron meses de marcar las diferencias, las distancias con las ideas de los que piensan distinto, este febrero y las primeras semanas de marzo serán fechas de concordia y esfuerzo por la construcción colectiva del sistema.
El sábado 15 de febrero se inauguró la 50.° Legislatura de Uruguay, y la novena desde el regreso a la democracia: 40 años ininterrumpidos de gobiernos de distintos colores políticos. Y esto no pasa porque sí. La continuidad democrática es fruto del trabajo y esfuerzo de todos los uruguayos, en primer lugar de los ciudadanos que creen en el sistema, que participan con su voto y así le dan legitimidad. También se construye en base a la dedicación de muchas personas a tareas políticas y de gobierno, personas con más o menos talentos, distintas cualidades y capacidad de trabajo y gestión. Muchas de ellas optan por la política incluso cuando implica renunciar a ingresos más altos y una vida más ordenada; varias dedican tiempo y esfuerzo en forma honoraria, simplemente para ayudar a la causa. Una democracia que funcione necesita que todos —o al menos la gran mayoría— los políticos y los ciudadanos tengan confianza en el sistema, en los partidos, en los candidatos y en los gobernantes, y esa confianza es cada vez más difícil de mantener en una sociedad que fomenta la crítica radical del que piensa diferente y que promueve los intereses personales por sobre los colectivos.
La democracia invita a apostar por proyectos colectivos, y solo funciona bien si los ciudadanos apoyan, confían y participan. No en vano estudios comparativos de adhesión a la democracia en América Latina muestra que los uruguayos son los ciudadanos que más confían en su funcionamiento y en su sistema de partidos en todo el continente.
Hace unos días escuchamos prometer a 99 diputados y 30 senadores por su honor desempeñar debidamente el cargo para el que fueron electos. Y eso fue en el marco de una ceremonia emotiva donde cada legislador pudo agradecer a sus votantes, su familia, sus militantes. Ese día, como el 1 de marzo, no pasa inadvertido para el electorado. Los que seguimos el evento por la televisión o internet vimos a hombres y mujeres emocionarse por la investidura y la responsabilidad asumida. Pero también vimos a militantes acompañando y muchos uruguayos de a pie que compartieron en las redes el sentimiento de orgullo, confianza y tolerancia.
Seguramente en los próximos meses se verán diferencias y discusiones en esos mismos espacios. Pero también seguramente serán con el cuidado que se ha tenido a lo largo de estos últimos 40 años y que permitió que más allá de crisis económicas, sanitarias y climáticas el sistema se mantuviera firme, confiable, predecible para los de adentro y para los de afuera.
Cuarenta años de democracia ininterrumpida, con presidentes y parlamentarios que cumplen sus periodos completos, no es frecuente en nuestro continente. La participación de expresidentes del país de distintos partidos en diversos eventos, dentro y fuera de nuestro territorio, y que se nota que mantienen una relación cordial, no es habitual. Uruguay se ha acostumbrado a ver y valorar el diálogo y aceptación del que piensa distinto con la convicción de que, más allá de las discrepancias puntuales, hay temas más importantes que los unen y les permiten puntos de encuentro. Sienten que también “los otros” quieren trabajar por un país mejor, y por eso la gran mayoría está dispuesta a negociar incluso con aquellos que piensan diferente, a ceder y a acordar, porque lo fundamental es lograr que los uruguayos en su conjunto vivan mejor.
Por eso el clima en estos días es de festejo, tanto para los que dejan el gobierno como para los que entran. Porque no importa si los voté o no, si son de mi partido político, de mi religión, de mi barrio o si comparten todas mis ideas. La democracia funciona con acuerdos, y lo fundamental es que gobiernen personas que están dispuestas a encontrar un camino común, el que parezca mejor para el bien del país y sus ciudadanos. Pueden acertar o no, porque no siempre aciertan, y los caminos negociados en general no son los más temerarios, esos que pueden resultar en un cambio drástico (para bien o para mal).
En Uruguay los cambios suelen ser lentos pero seguros, justamente porque (casi) todos apoyan su implementación. Pero más allá de la velocidad de los cambios, lo que importa es no romper el sistema que une a la sociedad, porque una vez que se rompe, como aprendimos en el siglo pasado, es muy difícil recomponer. Así que ojalá que este gobierno logre todos los cambios que se necesitan para que Uruguay crezca más y para que ese crecimiento beneficie a todos. Pero más allá de lo que se consiga, es motivo de festejo que mantengamos una democracia plena 40 años luego de su restauración, en un momento en que muchos países del mundo están perdiendo la confianza en el sistema y aparecen líderes que quieren “romper con todo” y empezar de nuevo.